QUE ESTÁS EN LOS CIELOS



Por Gastón Mastrolía





-Voy a guardar el bolso en el baúl, Roberto.
-No lo abras, no lo abras que está lleno.
-¿Y esto? ¿Qué hacés con tantas zapatillas? ¿Vas a poner un local?
-Callate, callate. Cerrá y no digas nada.

El hogar “Mi Casa Grande” es un centro para chicos de la calle ubicado en la localidad bonaerense de Carlos Casares. Hacia allí iban las zapatillas, los alimentos o los juguetes que Roberto Mouras compraba en Buenos Aires. Casi siempre lo hacía solo. No quería que nadie se enterara ni que su idolatría se acrecentara por ese tipo de actitudes. Hoy, a 15 años de su muerte, el Toro no podría creer que hay pilotos o jefes de prensa de estos que llaman a las redacciones para avisar que van a ir a un hospital a llevar regalos. La trascendencia del gesto está asegurada porque, en caso de que el medio no la cubra, rápidamente llegan fotos de los corredores realizando la obra de bien. Las camisas y gorros de sus sponsors son infaltables en esta clase de eventos. No está mal. Los tiempos cambiaron. Tal vez él habría tenido que adecuarse a la nueva modalidad.

Los ídolos como Mouras parecen no estar a la moda. Hoy pasaría casi inadvertido con su perfil bajo, su desapego por la polémica y su vida privada tan… privada. Los medios y las empresas ahora necesitan personajes con mayor exposición, con declaraciones irónicas, con opiniones jugadas sobre todos los temas y, si es posible, con talento. A él le sobraba esto último. Por algo ganó 50 finales de las 259 que corrió (casi una cada cinco). Pero difícilmente se adaptaría a estas nuevas reglas del marketing. Difícilmente habría aceptado los homenajes que se le hicieron desde que murió. Todos los años, en el lugar donde su Chevrolet azul y blanco pegó contra el talud, se reúnen cientos de hinchas. También lo hacen en la puerta de su casa de Carlos Casares. Encienden los motores de autos particulares, aceleran, aceleran, aceleran y se van. En distintos puntos de la provincia de Buenos Aires hay monolitos y monumentos de Mouras y su auto. Y en cada carreras de TC hay una o más banderas con su rostro. Él sigue de moda.

Para este año le rindieron un homenaje que no estuvo pensado como homenaje. Pero es lo más parecido a lo que él hubiera hecho si estuviera vivo. Sebastián Benítez es un niño que vive en “Mi Casa Grande” y que necesita una operación en una de sus piernitas. La madre de Roberto Mouras donó una campera y un chaleco de competición para ser subastados el 22 de noviembre, día que se conmemora la muerte del piloto más venerado. En la página del museo (museomouras.blogspot.com) se encuentra la información para participar. Los 2.600 pesos que hacen falta van a aparecer. No importa quién los ponga. O sí importa, pero es lo de menos. Así pensaría Roberto.

El tiempo descubrió quién era Mouras. Aunque él intentó vender una imagen cambiada. Tuvo que morirse para que aparecieran padres de distintos lugares a contar que el piloto les pagó operaciones que salvaron a sus hijos a cambio de que no dijeran nada. O para que sus preparadores y amigos contaran diálogos como el que abre esta nota. Atención: hoy continúa habiendo pilotos y deportistas que hacen lo mismo que Roberto. Y nadie se entera. Son los que lo hacen de corazón. Son los que merecen ser ídolos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca entre en esta pagina ,hoy lo hago, estañada de que el diario "El Oeste "no tenga en sus archivos las notas gráficas de la primera carrera en el Autodromo de Buenos Aires teniendo en cuenta que su primer acompañante fue Reinaldo Gemelli , que pagaron mucho derechos de piso antes de ser lo que fue para mi serán INOLVIDABLES creo se encontraron en el cielo junto a Juancho García recordando sus noches de trabajo y alegrías todos LOS TUERCAS que ya no están..en la tierra pero haciendo rugir motores en nuestros corazones creo jamas dejare de escuchar.....

Anónimo dijo...

solo una pequeña frase dire y eso encierra todo POR SIEMPRE CAMPEON
EL RESTO DE LAS PALABRAS SOBRAN